viernes, 31 de octubre de 2008

Santiago 10/08 12 Km



Por fin las medallas


Javier Carral había dormido plácidamente la noche previa a la carrera. Sabía que el trabajo grueso ya estaba finiquitado a satisfacción. Ahora sólo faltaba la competición, que se había convertido en un mero trámite previo al éxito. Por la mañana retumbaba en su cabeza el último y clarísimo consejo de sus entrenador, Marcos: "Dosifica tus implementaciones estructurativas resistenciales". Iba a ponerlo en práctica.


Santi Luaces padecía en la cama una bronquitis que no le había permitido entrenar desde Coruña 10. Su descanso no fue completo. Tenía que sustituir a una de las figuras del equipo, Nachete Alonso, convaleciente de una delicadísima operación y su objetivo era ni más ni menos ocupar una de las plazas de medalla. A las 7:30h ya estaba en el área de descanso de la autopista, no por disfrutar del amanecer, si no por que es un atorrante y no se había enterado del cambio de hora.


Para Nacho López tampoco era una noche más. "Mi situación anímica no es la más adecuada", pensaba mientras apuraba la colilla del décimo pitillo que se fumaba durante la última hora.



Apuró de un trago la sexta cerveza, remató el último sorbo de su gin tonic y se dispuso a acostarse. Eran las 3:30h. No se encontraba bien. Sus compañeros baobabs le habían pedido que no corriera, al igual que su familia. Pero él estaba dispuesto a no dejarles sólos. Había estado cuidándose toda la noche para la carrera.


Tan sólo había pasado un breve momento de crisis de su Síndrome Winston Spaten Beefeter en el restaurante indú en el que había cenado unos espectaculares bramaputras al curry. Nada, ni nadie, impediría que Nacho López se presentara en la línea de salida.

Y así fue.

Algo le despertó a la hora prevista y, aguantando la verticalidad a duras penas, salió heróicamente de su domicilio, no sin antes tomarse dos plátanos por vía oral. "Nada ni nadie me va a parar", pensó.

A las 10:00h ya estaban nuestros héroes recogiendo sus dorsales en una sombría y gélida Plaza del Obradoiro. De inmediato, Nacho cruzó una mirada asesina con alguien de la cola de al lado. Se trataba del Archidiácono de la Catedral. Profundo conocedor de las callejuelas de Santiago. Podía desplazar sus 140 kilos con una envidiable agilidad. Detrás de éste, reconoció a otro atleta aparentemente en perfectas condiciones físicas: el Ecónomo de la Diócesis, antiguo confesor de S. M. D. Alfonso XIII. Todavía hoy perduran los ecos de la dura e heroica pelea que tuvieron los tres el año pasado. Sin embargo, Nacho sabía que en esta edicción no se repetiría el tradicional duelo...

Este año Nacho iba a ser... LA LIEBRE DEL PELOTÓN.

Y así fue, a las 10:30h sonó el pistoletazo de salida rompiendo un nauseabundo olor a bramaputras con curry. Nacho había elegido una zancada amplia y elástica para los primeros 3 km. La táctica consistía en tirar a tope sirviendo de lanzadera a sus dos compañeros hasta el kilómetro 5, punto en el que debería abandonar la carrera. Gracias a su ritmo infernal, el pelotón se fue alargando hasta el infinito, mientras Nacho "Locomotora" López seguía a lo suyo, sin que la elegante frecuencia de su zancada descompusiera lo más mínimo su figura. Los africanos corrían atónitos, pues era la primera vez en su vida que seguían a una liebre que olía a curry. Por detrás, casi los únicos europeos en cabeza del pelotón, el Jabalí de Sada y la Bala de Pucela, continuaban al acecho.

Pasaba ya el kilómetro 5 y Nacho no abandonaba. Allí continuaba desmigando el pelotón, mostrando su breve tonsura a miles de corredores.

Pero ya había ido más allá del deber, y en el kilómetro 7 dejaba la carrera con la cabeza bien alta llevandose consigo el olor a bramaputras al curry pegado a la piel.

Ni qué decir tiene que Javier y Santiago no desaprovecharon el arduo trabajo de Nacho.





En la meta, en el kilómetro 12, Javier y Santi aseguraron las dos primeras medallas en competición ofical para los baobab.


Ambos metales serán ofrecidas al club en la próxima comida-celebración-homenaje-invitación por los que ya se conocen como "Los tres de Compostela".



Tras finalizar la carrera, y en un nuevo gesto altruista baobab, Javier, Nacho y Santi decidieron renunciar a los premios en metálico que les correspondían en beneficio de otros atletas más necesitados, como era el caso de los dos corredores africanos Obama y Mondongo.



Correcta la organización, si bien se echó en falta un poco más de sol en la Plaza del Obradoiro. Esperemos que para el año que viene la organización derribe esas dos torres viejas con campanas que ensombrecen la zona de recogida de dorsales.


Un entrañable recuerdo para Nacho Alonso y otro muy especial de sus amigos para Fernando Míguez, que sigue convaleciente de una operación de espalda.

Deciros que se han iniciado los trámites de hermanamiento del Club Baobab con el Club de Voley Playa Femenino de Orense. Que sepáis que en principio nos dejan compartir sus duchas para después de la carrera, lo cual es de agradecer. Podéis inscribiros en la carrera cuando queráis.


Buenos días.


La Coruña 10/08 10 Km



Los Baobabs compiten en casa




En esta ocasión los baobab no han tenido que desplazarse para exhibirse, pues la carrera se ha desarrollado en un precioso circuito urbano en la ciudad de La Coruña.


Si 10 eran los kilómetros, de 10 ha sido la organización del evento, dirigida por el apreciado socio baobab Marcos, que, lamentablemente prefirió no participar en la carrera para atender debidamente la gestión de la prueba.


Aun tratándose de una competición "en casa", Nacho López no pudo por menos que hacer de anfitrión de sus propios compañeros atletas mostrando esplendidos rincones de la ciudad durante el calentamiento, haciendo parada obligatoria en los elitistas urinarios públicos de los jardines de Méndez Núñez; según él, destacadisimo ejemplo de la arquitectura urinaria coruñesa del siglo XX. "Podemos calificar estos urinarios como la bella desconocida de nuestra ciudad", comentaba a la vez que invitaba a los babobabs a penetrar en sus elegantes instalaciones.


Entrando más de lleno en la participación, se han producido relevantes novedades: La primera la de Alberto Carreira, que haciendo honor a su linaje se metió en el selecto pelotón de los "cuarenta y cinco minutos".


La segunda, la incorporación a la prueba alevín de Carlotita Luaces, de 11 años, hija de este modesto cronista, que desarrolló su primera carrera con la misma raza y pundonor que corretea por sus vasos sanguíneos. Pena que debido a los inmutables principios que amparan los estatutos baobab, no sea posible su incorporación a la sociedad.


Aprovecho esta circunstancia para hacer un llamamiento a los socios del Club Baobab, a efectos de que animen a su prole a seguir el ejemplo de Carlota. Y a aquellos socios solteros que no duden en colaborar cuanto antes a traer más atletas al mundo, para lo cual recomiendo que elijan madres magrebies o kenianas, cuyas estadísticas son magníficas.


La nota negativa la dio nuestro Presidente, Daniel, con su ausencia, alegando que coincidía la carrera con el cumpleaños de su madre. Pueril justificación para quienes sabemos que las señoras, a partir de una edad, dejan de cumplir años.


Críticas aparte, su ausencia añadida a la de Marcos (dos firmes apuestas para subir al cajón) generó cierto desconcierto en las filas baobab. Nuestra tercera gran baza, Nacho López, tenía dudas sobre el comportamiento de su gemelo derecho. Durante el calentamiento, huérfanos de estratega, los babobab decidieron que Nacho nuevamente se quedaría en la belicosa popa del pelotón, máxime cuando un grupo de socios del Casino, concretamente los que juegan la partida a las cinco de la tarde, habían juntado una pequeña armada de atletas encabezada por el benjamín de todos ellos, el Sr. Crescencio, con dilatada experiencia en carreras pedestres, (no en vano formó parte del tambor de regulares que asaltó a la carrera el monté de el Gurugú, a las órdenes de un jovencísimo Millán Astray).


Arrancó la carrera no exenta de incertidumbre, y tuvo que ser nuevamente Javier Carral, el Jabalí de Sada, el que arremetiera con furia los primeros kilómetros, rompiendo la carrera y generando espacios, a la vez que desconcierto, en el pelotón. El propio Mohamed Nosecuantitos, a la sazón ganador del criterium, mostró síntomas de pánico al sentir cómo alguien descoyuntaba la carrera a escasos metros de su espalda.


Esta situación sirvió para que Alberto Carreira, Nachete Alonso y Santi Luaces, comenzaran a tomar posiciones de relevancia. La marea baobab fluía hacia la cabeza del pelotón. Mientras tanto, atrás, Nacho López peleaba a cuchilladas cada metro de asfalto, sólo, ante el bien armado equipo del Casino. Nuevamente, Nacho escribió otra página de oro de nuestra institución. Su desgaste le llevó a un trastorno neurológico, que se reflejaba en que mientras corría balbuceaba. "¡estoy adelantando gente, estoy adelantando gente!", cuando lo que realmente estaba adelantando era al público que miraba complacido su esfuerzo; tal y como dolorosamente y con lágrimas en los ojos le hizo ver al final de la carrera Javier Carral, su gran amigo. El cronista fue testigo de este momento en el acto de toma de cervezas y puedo decir con orgullo que cuando Javier le reveló a un atónito Nacho las circunstancias de su espejismo deportivo también se me humedecieron los ojos. "Sin embargo- espetó Nacho- estoy seguro de haber adelantado a una señora de negro en los jardines de Méndez Núñez". Javier y el que suscribe preferimos mordernos la lengua antes de hacerle ver que, esa señora era la estatua de Dª Emilia Pardo Bazán, a la que es fácil adelantar, no ya porque se trate de un monumento inerte, sino porque está sentada.


En resumen, Alberto Carreira se convirtió en la agradable sorpresa de la carrera, quedándose a muy pocos kilómetros del ganador, Mohamed Nosequé. Puede estar contento Alberto a pesar de haberse quedado con la miel en los labios (en un gigantesco detalle baobab y ante la precariedad económica de la organización, Alberto prefirió no coger su chip, para que pudiera ser aprovechado por algún atleta necesitado, por lo que su tiempo es oficioso). Nacho Alonso y Santi Luaces, como siempre, mejorando sus cronos hasta los 45 y 48 minutos respectivamente. "Que estos dos den la sorpresa ha dejado de ser sorpresa", comentaba un acreditado miembro del pelotón. Javier Carral, extenuado, se quedó a las puertas de los 49. Y Nacho nuevamente lideró el grupo postrero, quizás el más competido por veteranía y experiencia, generando desánimo y frustración en el grupo del Casino. Otro año será.


El público, entendido y muy exigente, se mostró parco en aplausos, no queriendo reconocer la extraordinaria carrera de los baobabs. Lógico, pues éstos con sus éxitos han malacostumbrado a los coruñeses.


Al acabar la carrera se procedió al acto de toma de cerveza (y alguna coca cola) en un local cercano. Los tres baobabs asistentes, imbuidos por su espíritu franciscano despreciando todo bien material, no llevaban dinero, con lo cual Carlotita Luaces tuvo que pagar la cuenta con cargo a su propina semanal.




Poco precio por compartir una de las ceremonias de mayor tradición del atletismo coruñés.





Buenos días.

Kilimanjaro 5.895 m







Baobabs en la cima de Africa

Javier Carral coronó el Kibo, la cumbre del monte Kilimanjaro. Esta es la transcripción de las notas que tomó en su Moleskine nada más volver al campamento tras haber hecho cima.




11.08.07 - DIA 6: Barafu Camp 4.550 metros

“Esperaba al menos dormir unas horas antes de comenzar la ruta a media noche, sin embargo justo pegada a mi tienda unos porteadores montaron la suya y no dejaron de hablar y hacer ruido hasta las 20.00h, cuando ya el enésimo grito que les pegue resultó ser el finalmente efectivo. Esa fue la razón por la que cuando me levanté a las 23.30h no había pegado ojo (bueno… esa y un ligero nudo en el estomago). El frío era intenso. El Suunto marcaba 3 grados en el interior de la tienda, el saco hacia horas que no me abrigaba y poco a poco había ido poniéndome encima todo lo que tenía a mano, de forma que cuando Babu apareció con el morning tea, ya estaba prácticamente vestido. Llevaba 5 capas arriba y 2 en las piernas. Tras un simple desayuno y cumplir con el ritual de escuchar en el ipod “la última montaña”, a las 00.08h comenzamos el ascenso hacia la cumbre.

Ramson marcaba el ritmo ya desde los primeros pasos que nos alejaban de las tiendas. Nuestro campamento era el más retirado del punto de partida de la ruta, por lo que en realidad iniciamos el ascenso a las 00.30h y a una altura de 4.550m. Estimábamos alcanzar el Stella Point en unas seis horas. El ritmo era bueno y firme, el adecuado para llegar a tiempo y ver el amanecer en el trayecto del Stella Point (5.685m) al Uhuru Peak (5.896m). Nada más incorporarnos a la senda (empinadísima) nos vimos frenados por una cordada de alemanes que, avanzando en silencio y con sus luces frontales enfocadas al suelo, me recordaron a la Santa Compaña. Tardamos unos 15 minutos en poder adelantarlos y recuperar nuestro ritmo inicial. Esa tarde, en la prisión del saco de dormir, me había marcado dos estrategias para afrontar la subida: nunca mirar hacia arriba (mi único objetivo sería seguir las botas de Ramson, acompasando mis pasos a los suyos) y no consultar en ningún momento el Suunto para averiguar a que altura nos encontrábamos. Pasada la primera hora, habíamos ya adelantado a todos los grupos (unos los pasábamos acelerando el ritmo y otros simplemente cuando se paraban a descansar) y liderábamos la subida. Me encontraba fuerte (había hecho una buena aclimatación y las cinco jornadas anteriores resultaron además ser un buen entrenamiento), iba concentrado y el frío, aunque muy intenso, era soportable. Seguía las pisadas de Ramson, nada rompía el silencio, y solo de vez en cuando levantaba lateralmente la cabeza para intentar ver alguna estrella fugaz.

También me había preparado mentalmente. Sabía que esta sería una jornada muy dura, más de seis horas ascendiendo por fuertes pendientes, la falta de oxigeno, el terreno pedregoso e incluso difíciles pasos por roca. Intervendrían agentes externos e internos y estaba seguro de que todos, en algún momento, se podrían volver en mi contra. Me prometí que si llegado el momento, por cualquier circunstancia no pudiera seguir, antes de parar daría un último paso, al que le seguería uno más, lo que me llevaría a seguir ascendiendo solo con “últimos pasos”.

A las dos horas Ramson se detuvo al amparo de una gran roca, se quito su mochila, cogió su rollo de papel higiénico y diciendo “ahora vuelvo” desapareció entre los peñascos (pensé,... es de los míos). Aunque fue rápido, cuando de nuevo nos incorporamos a la ascensión ya nos habían adelantado un par de grupos de muzungus. Volvíamos entonces a las paradas constantes y a los cambios de ritmo que endurecían la subida y me desesperaban. Solo cuando se lo indicaba, Ramson aceleraba el paso y los adelantabamos, pero la recuperación de ese mínimo cambio de ritmo era cada vez más lenta. Aún así, al rato volvíamos a caminar sin ninguna luz por delante. Cada poco tiempo se giraba y me preguntaba como me encontraba y si el ritmo era bueno. Yo repasaba mi estado, pies fríos pero no en exceso, calor corporal bueno, sin dolor en la pierna derecha (la tenía cargada desde hacía un par de días), respiración acompasada y cero dolor de cabeza. Perfecto, ya podía volver a pensar en cualquier cosa que me abstrajese de la rutina y me ayudase a no levantar la mirada del suelo.

Coincidiendo con un paso de roca complicado, de repente sobre las tres de la mañana, comenzó a soplar un viento fuerte y helado. En un primer momento supuse que sería por lo abierto del tramo, sin embargo arreció en intensidad y a los pocos minutos era ya una ventisca en toda regla. Era ese viento nocturno de montaña que rasga la piel, lanza infinitos alfileres y emite un sonido desalentador y premonitorio de peligros. Notaba como perforaba mis capas y me infligía una tremenda sensación de desasosiego.

Imbuido en la rutina recordé que, al igual que en el viaje a Bolivia, unos días antes de salir en una apacible mañana de domingo en Breixo, había programado el altímetro para que saltase la alarma al alcanzar los 5.100 metros de altura, mi nuevo record. Sin embargo, deberíamos llevar ya más de cuatro horas de ascenso y esta no había sonado. Aproveche una de las paradas para beber y aunque me lo había prohibido, no pude resistir la tentación de comprobar a que altura nos encontrábamos: 5.460 metros (“joder, pensé, por encima de los 5.000 y zurrando”). Y ahí comenzó ha complicarse todo. Saber exactamente donde estaba y por tanto lo que faltaba, fue el detonante que, junto con el viento, el frío, los cambios de ritmo, las paradas, hizo que en pocos metros todo cambiase.


De repente, mis pisadas ya no eran firmes, me balanceaba hacia los lados y empujado por el fuerte viento que soplaba de cara, también hacia atrás. Levanté la vista y al ver que todo parecía moverse a mi alrededor le pedí a Ramson que me pasase los sticks. Mientras que los desplegaba, note que me escrutaba a la vez que me preguntaba como me encontraba. Siempre lo hacía así, no le valía mi simple respuesta. Con la utilización de los sticks comenzó un nuevo problema, las manos. En vez de llevarlas en los bolsillos frontales de la HH, estaban ahora expuestas al viento. A esa altura ya prácticamente se había congelado la botella de agua que llevaba en el exterior de la mochila. A los pocos minutos avisé a Ramson que no sentía los dedos de la mano derecha. Paramos al refugio de una roca y comenzó a golpearme fuertemente las manos. Descansamos unos minutos, plegamos los bastones y continuamos el ascenso. Ahora la pendiente se me antojaba imposible, y cada movimiento o gesto extra provocaba una nueva aceleración de mi ya desmadrada respiración. En un momento, a la salida de un giro de la senda me sentí desorientado y sin fuerzas. Ramson se dió cuenta y me gritó intentando averiguar mi estado. Quise decirle un poco mareado, pero respondí “sick” (que no era del todo cierto). Se acercó y me propuso parar. Insistí en seguir, ya que en cada parada anterior había perdido la concentración y me costaba más reiniciar el ascenso. Evidentemente paramos. En apenas diez minutos había pasado de estar bien a sopesar la posibilidad de no conseguirlo. Tenía el pulso disparado, la boca seca y el aire no entraba en mis pulmones. Heché mano entonces de el positive thinking que tan buenos resultados me había dado en la Vig-Bay: nunca más volverás a estar a esta altura; disfruta de lo mal que estás porque es un motivo que no se repetirá; cada metro es un triunfo; de una forma u otra todo se termina, gánate el recuerdo... etc. Buscaba ritmos en la respiración que se acoplasen al andar. Letanías de resoplidos y cortos pasos.

Sobre las cinco de la mañana, en una breve parada para beber, Ramson me comentó que íbamos muy bien de ritmo y por primera vez me informó que ya faltaba poco (tampoco yo le había preguntado). Me asaltó la duda si me lo estaba diciendo para animarme o si realmente era cierto, así que cuando dejamos el abrigo de la roca no pude más que mirar, por primera vez, hacia arriba. En ese momento había incumplido ya las dos reglas que me habá fijado antes de iniciar el ascenso. Vi el perfil limpio de la montaña contrastado sobre un manto de estrellas. No supe calcular la distancia, pero podrían faltar 100 o 200 metros y pensé “va a ser cierto”. Sin embargo un nuevo problemilla surgió en ese instante. El agua helada había irrumpido en mi interior como una bomba y mi estomago exigía desahogarse. Pensar solo en bajarse los pantalones con ese viento y ese frío era una locura (llevaba el frontal de la HH lleno de escarcha), así que opté una vez más por buscar algún pensamiento que justificase el sufrimiento y regocijarme en el, olvidando así mis movimientos intestinales.


El terreno ya no era firme, sino que caminábamos sobre pedrisca que hacía que cada vez que adelantaba un pie este se deslizaba y aparecía detrás del que no había levantado del suelo. Avanzar era muy complicado y el viento se encargaba de completar la faena. Opté entonces por caminar estilo pato, abriendo el máximo ángulo entre las puntas de los pies para ganar la mayor estabilidad posible. Daba tres pasos y paraba a inspirar y expirar cuatro veces. Funcionaba. Comprendí entonces que no era cuestión de la distancia que faltaba (que intuía que era poca), sino del tiempo que podría estar repitiendo esa carencia de pasos y resoplidos. Me crecí y aceleré el ritmo. Aún ahora no sé cuanto tiempo pasó, si fueron 5 ó 30 minutos, pero cuando ya casi estaba al límite real de mis fuerzas, Ramson se giró y me extendió la mano para ayudarme a salvar un corte pronunciado en la roca sobre la que ahora avanzábamos. Rechacé su ayuda. Con un pequeño salto salvé el obstáculo y alcance su posición. Al llegar a su lado me dijo “ya está, lo has conseguido, estamos en el Stella Point”, mientras que iluminaba con su frontal un pequeño poste de madera. Nos dimos un fuerte abrazo, comenzamos a gritar y nos pusimos a bailar. Eran las 05.20h y habíamos alcanzado la cima del Kibo, la parte superior del Kilimanjaro en poco más de cinco horas, superando así sus mejores estimaciones. De el Uhuru Peak, ya solo nos separaba una agradable ruta de unos 40 minutos. “Vamos a por el summit, y controla tu respiración” (que era aceleradísima). "No es mi respiración - le contesté - son mis emociones".

Caminaba ahora sobre las nieves perpetuas del Kilimanjaro, mientras que a mi espalda el cielo oscuro era roto por una fina línea violeta y naranja que anunciaba el amanecer. Estallé a llorar como un niño, sin poder controlarlo. Siempre pensé que los peores hombres son los que se avergüenzan de sus emociones inmediatas. Ya no soplaba el viento, el frío era más que soportable, recuperaba el movimiento de los dedos, mi estomago se había dormido, y ya ni siquiera intentaba disimular cuando Ramson se giraba para ver que me estaba pasando. Recuerdo que pensé que había conseguido algo importante y que una vez más estaba solo. Nos pusimos a cantar. El no lo sé. Yo “fly me to the moon”.


A las 6.09 del 11 de agosto de 2.007, tras seis días de ascenso por la ruta Machame, alcancé el Uhuru Peak a 5.896 m de altura, la cima del monte Kilimanjaro, el punto más alto de Africa.

A los pocos minutos comenzó a salir el sol."
















Vlillagarcía 05/08 21.1Km




Villagarcía se rinde ante la marea Baobab




Si en la Vig-Bay el equipo baobab dio una lección de pundonor y coraje, esta vez, el 15 de mayo en Villagarcía, lo que ha dado es una clase magistral de estrategia.

Nuestro Presidente, Daniel, decidió salir a por las medallas y con decisión lanzó a nuestro mejor baobab: Marcos.



Mientras tanto, él mismo controlaba la carrera desde unos cómodos 4:08 segundos por km,



mandando a Javier la dura tarea de organizar la lucha por detrás, subiendo y bajando gente, haciendo la goma y de liebre cuando fuera menester. La expresión de su rostro desencajado al doblar la segunda vuelta lo decía todo.



Mientras tanto, Santi y Nacho seguían a rajatabla las instrucciones recibidas, y aprovechándose del trabajo de zapa de Javier, iniciaron la tercera vuelta remontando posiciones de forma destacada.



Bajo el luminoso, Marcos firma un glorioso tercer puesto. Daniel se mete casi en la lucha por los cajones, augurando próximos metales. Santiago rebaja en 5 minutos su mejor marca. Javier es elegido el mejor gregario de la prueba y Nacho, gracias a un revolucionario sistema de adaptación precarrera, le mete otra dentellada de 5:00 minutos a su anterior crono de Vig-Bay, (además de relegar a su viejo rival, el Sr. Severino, a la última plaza).


Como colofón, y en un gesto muy característico de este selecto grupo humano, los baobabs, decidieron donar los trofeos y los premios en metálico a Marcos, muy necesitado de cambiar sus desgastadas zapatillas, fruto de las derrapadas que se mete en los pasos por curva.

En declaraciones al final de la carrera el Presidente olívico manifestó: "En principio partía con dos opciones a pelear por los metales: Marcos y Nacho. Nacho había hecho unas modificaciones revolucionarias en su precarrera consistente básicamente en levantarse a tomar unos espaguetis a las 4 de la mañana y dormir con la camiseta con la que iba a correr (y con la que tomó los espaguetis). Sin embargo, al poco de comenzar la carrera, incomprensiblemente, medio pelotón ya conocía el preparatorio de Nacho y me vi obligado a dejar sólo a Marcos delante, mandando a Nacho a la retaguardia a marcar al peligroso Sr. Severino".


Javier comentó ante los micrófonos al cruzar la línea: "Fue muy duro. Yo iba bien hasta que al doblar la segunda vuelta un corredor me dijo que había oído por el pelotón que alguien se había levantado a las cuatro a tomar espaguetis a la boloñesa. Comencé a ponerme malo sólo de pensarlo. A partir de ahí mi carrera fue un calvario", sentenció el oleirense.


Santi declaró ante las cámaras que había sabido de la estrategia por el propio Nacho antes de comenzar la carrera. "Incluso me enseñó la camiseta con la que había dormido manchada de salsa boloñesa", sentenció el de Pucela. "En torno al kilómetro 3 -continuó el del río Pisuerga- oí como Nacho le contaba a un nutrido grupo de corredores que se había levantado a las cuatro a tomar espaguetis pero que su Presidente no le dejaba correr con una camiseta con restos de salsa boloñesa. Entendí esto como una señal de Nacho para que me distanciara aprovechando que tenía entretenida a toda la retaguardia de la carrera, y así lo hice".


El protagonista de la anécdota, Nacho, aclaraba: "Realmente no me comí todo el plato de espaguetis, pues la mitad se me cayó en la camiseta. ¿Que cómo todo el pelotón sabía de mi estrategia previa a la carrera? No lo se. La gente me tiene por un hombre discreto y de pocas palabras. Sí, acaso, se me escapó algún comentario que le pude hacer al Sr. Severino, mi principal rival en la carrera, pero por lo bajini". Este Sr. Severino es un peligroso "local runner", muy experimentado y perfecto conocedor del recorrido. No en vano regentó una pastelería en Villagarcía hasta el día de su jubilación en 1964. "Al final lo relegué a la última plaza disipando las dudas que algunos medios tenían sobre mi estado de forma", concluyó Locomotora López.


Marcos agradeció la generosidad del colectivo. Aunque en un principio se negó a aceptar los premios en metálico, sólo cedió ante la insistencia de los baobabs y por no hacerles un feo.


Al final, alegría baobab, yéndose cada uno por donde había venido, pudiendo disfrutar Javier y Nacho, como dos buenos amigos, sólos en el pequeño receptáculo del coche, de las dos horas que les faltaba para llegar a casa con el desglose y anécdotas de la carrera. Este momento baobab fue calificado por Javier como el equivalente a dos medias maratones, bonita metáfora de la agradable tertulia que mantuvieron durante el trayecto.

Reseñar, por último, que el equipo que mandó baobab a Villagarcía bajó en el cómputo global de todos sus miembros en 7:00 minutos el tiempo de la Vig-Bay.


¿Dónde están los límites de esta gente?. Hoy nadie los conoce.



Buenos dias.

jueves, 30 de octubre de 2008

Vig-Bay 04/08 21.1 Km



Exito Sin Precedentes

De éxito sin precedentes puede calificarse la presencia de los baobabs en la IX media marathón Vig -Bay, celebrada el pasado día 6 de abril. La carrera tuvo en el fuerte calor y la ausencia de viento los principales protagonistas que endurecieron el, ya por sí, exigente recorrido.



Los baobabs colocaron un hombre encabezando casi todas las categorías de la carrera. Marcos, su mejor corredor paseó nuestro árbol hasta el séptimo puesto de una participación de 3.000 almas, cerrando el crono en 1:10. Espectacular carrera si tenemos en cuenta que era su primera participación.




El presidente, Daniel, que corrió en condiciones físicas disminuidas, hizo un digno 1:24 acabando con 39,5 de fiebre. Un comportamiento heroico de un atleta de los que saben sufrir en silencio y discreción. Quizá fue esto último lo que le llevó a lucir en la carrera una indumentaria anodina alejada del glamour del tradicional uniforme baobab.

Tanto Nachete como Javier ganaron en sus respectivas categorías compartiendo una arriesgada estrategia consistente en destrozar el cronómetro durante los primeros 10 km echando el resto a partir de ese momento en cada tranco. La llegada de ambos ha quedado escrita con letras de oro en los anales de la Vig-Bay, alcanzando absolutamente rotos la línea de meta. Puede decirse que los últimos metros los hicieron a volandas del clamor popular que, enloquecido, les reconocía su gesta.




Santi no decepcionó cumpliendo con su papel de gran favorito en la categoría de más de 1:58, dominándola con autoridad de principio a fin.




La actuación de Nacho López, por último, estuvo revestida de tintes dramáticos, negandose a abandonar la carrera aun en contra de la prescripción de los asistentes de la Vig-Bay. Reseñar que protagonizó una de las más hermosas escenas de solidaridad jamás vista en una carrera de esta categoría ofreciendo la esponja con la que se había refrescado el cuello, las axilas y la entrepierna a otro compañero de carrera para que se humedeciera su reseca boca. Gesto generoso, pero inútil, dado que este anónimo atleta, a los pocos metros, hubo de abandonar la carrera víctima de una terrible vomitona. La llegada de Nacho a meta en condiciones infrahumanas desató impactantes escenas en la grada, especialmente entre su familia más directa.


Buen homenaje, en fin, a aquellos socios que, conteniendo a duras la explosión de sus sentimientos, reconocieron no poder compartir un nuevo día de gloria del club del exótico árbol.


Buenos Días.








Nacho y Santi calentando.....se





Felicidad baobab por el éxito obtenido.






Indumentaria

Diseño de Santy Gutierrez

Himnos



1-De influencia índico-oceánica:

(Lo adecuado sería cantarselo al pelotón antes de la salida y dandoles cortes de mangas).

Himno: Traducción:

Uk, ul uhjhu Aquí estamos nosotros
ur uhj ulku Para comernos crudos
uru ulf juk A quien no corra
urru ul Baobarian Más que los Baobarian
Uj ujh gu 10 km Estoy en el kilómetro 10
Uff, bufff, uff huevuf Y no puedo con los huevos
Ay quuj kuj rug ukj Seguid vosotros.
Ukuj bar Nos vemos en el bar.
Urr Daniel ukr Ul Hala Daniel, majo, echa a correr y
dales una lección



2-De influencia pre-constitucional:

Himno: (Música del pasodoble: Torito bravo,
del maestro Pérez-Pichoto)

Con destellos plateados
Nuestros broncíneos cuerpos
Alcanzarán la gloria
Que la patricia historia
Nunca le negó a los muertos
Ni a los vivos más osados
Al ritmo de nuestro caudillo
Daremos caza al destino
de la nación amigo
cantando alegres el himno
Corre tú que yo te sigo (valdría también "corre, corre, que
te pillo)
Viva baobab
(todos): Viva
(Todos): Daniel, Daniel, Daniel

Virtute et Opera




Una calida tarde de 28 de febrero de 2008, se escribió la que sin duda será una de las páginas más gloriosas de la historia sociodeportivaaventurera mundial.
Los caballeros relacionados a continuación fundaron el




ROYAL BAOBABS CLUB


Miembros Fundadores

Sr. Don Daniel Nomdedeu. Presidente
Sr. Don Ignacio López. Vicepresidente
Sr. Don Ignacio Alonso. Tesorero
Sr. Don Fernando Míguez. Vocal
Sr. Don Marcos Seijo. Vocal
Sr. Don Javier Carral. Vocal
Sr. Don Alberto Carreira. Vocal
Sr. Don Santiago Luaces. Vocal
Sr. Don Santiago Fernández-Miranda. Vocal

Virtute et Opera